«Ese mismo día, ella me había dicho algo que me había hecho daño. Ahora estábamos en la cama. Además de estar dolido, también estaba muy enfadado con ella. Una parte de mí quería abalanzarse sobre ella y percibir su debilidad. Quería demostrar, principalmente a mi mismo, que era mas fuerte que ella, que podía hacer lo que quisiera. Evidentemente, ella sentía la hostilidad de mi comportamiento. Estaba tumbada con los brazos cruzados, el cuerpo rígido y el rostro inexpresivo. Yo me estaba comportando como un imbécil y ella no quería saber nada de mi.

Mi dolor continuaba fermentándose bajo una armadura de ira. Apretando la mandíbula, clavé en ella una mirada tensa. Se había cerrado a mi, emocional y físicamente, y no podía culparla por ello.

Pero entonces, sorprendentemente, su cuerpo se ablandó. Se giró y me miró a los ojos. Era como si mi ira ya no la detuviera y, por tanto, pudiera atravesarla para sentir mi corazón afligido. Mi rencor dejó de provocarle resentimiento y se puso a abrazar mi dolor.

Sus ojos estaban húmedos y receptivos, su respiración plena y fuerte. Me tocó y me arrastró hacia ella.

Me amó. Moviéndose conmigo. Respirando conmigo. Su amor deshacía mi enfado como un baño caliente relaja un músculo tenso. Yo sentía su amor entrando en contacto con la necesidad de mi corazón. Mi rencor comenzó a derretirse.

Su amor magnetizó el mío. Mi dolor se hizo patente y mis mejillas se cubrieron de lágrimas. Su apertura, su fuerza y sus ganas de sentir mi dolor me sacaron del rencor. Antes hubiera querido castigarla por hacerme daño. Ahora tan solo quería amar.

Sostuve su cuerpo contra el mío, amándola, y me recibió sin límite alguno. El último rescoldo de mi enfado se vio humillado ante la fuerza de su amor. Ella se abrió por completo a mi corazón y llenó de amor el lugar que había sido previamente herido por sus palabras. Su decisión de abrirse y dar amor, en vez de cerrarse y defenderse, transformó mi corazón, desplazándolo desde la animosidad hasta una confianza plena.»

Practica entregándote directamente al amor, ni a tus miedos ni a las exigencias de otra persona. Haz todo lo necesario para atravesar tu resistencia y la de tu pareja. Toda emoción de resistencia esconde tras ella el motor del amor.

Sea cual sea la emoción (enfado, miedo, bloqueo), atraviésala para sentir, respirar y relajarte en el amor que mora tras ella. Y entonces entrégate a ese amor.

La auténtica entrega sexual y espiritual no consiste en adaptarse a lo que le plazca a tu pareja. Ni en entregarte a tus necesidades emocionales. La verdadera entrega consiste en atravesar estas necesidades secundarias, tanto las tuyas como las de tu pareja, relajarte y aumentar el deseo esencial de dar y recibir amor sin límite.

David Deida

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