A veces, lo que más nos lastima no es lo que sucede, sino lo que no sucede.  

Esperamos un mensaje que nunca llega.  

Una llamada que se queda en el aire.  

Un gesto de alguien que, por alguna razón, no aparece.  

Y sin darnos cuenta, en ese instante, algo dentro se encoje. Es un vacío que nos resulta familiar, aunque no siempre sabemos por qué.  

Es la herida de abandono.  

No es que alguien nos haya dejado atrás de manera consciente, ni que haya querido hacernos daño. Pero cuando la vida no nos da lo que esperábamos, nuestra mente interpreta esa ausencia como una falta.  

Y ahí está la trampa.  

Porque el dolor no viene solo del presente. Viene de todas las veces que, en el pasado, sentimos lo mismo.  

 El origen de la herida  

Cuando éramos niños, necesitábamos cosas básicas para sentirnos seguros: ser vistos, ser escuchados, ser validados. Pero la realidad es que no siempre obtuvimos eso en la medida en que lo necesitábamos.  

Tal vez intentaste expresar algo y nadie te prestó atención.  

Tal vez pediste ayuda y no la recibiste.  

Tal vez aprendiste que tus emociones no eran importantes y que era mejor callarlas.  

Y lo que no se procesa, se repite.  

Así que crecemos buscando en otros lo que sentimos que nos faltó. Buscamos validación, atención, reconocimiento. Y cuando no lo recibimos, el eco de aquella herida se activa.  

Cómo intentamos llenar el vacío (y por qué no funciona)  

Cuando esta herida se hace presente, solemos reaccionar de tres maneras:  

1.Dando demasiado. Para que nos quieran, para que nos valoren, para que “se den cuenta” de que estamos ahí.  

2. Esperando demasiado. Creyendo que si los demás hicieran “lo correcto”, nuestro dolor desaparecería.  

3. Intentando cambiar a los demás.Para que nos den lo que creemos necesitar.  

Pero ninguna de estas estrategias funciona a largo plazo.  

Porque aunque hoy recibas ese mensaje que esperabas, mañana surgirá otra situación que active la misma herida. Y el ciclo se repetirá, una y otra vez.  

 El verdadero camino para sanar  

La clave no está en que los demás hagan algo diferente. La clave está en preguntarnos:  

¿De qué manera yo mismo no me estoy dando lo que necesito? 

Tal vez prometiste cuidarte más, pero sigues sin hacerlo.  

Tal vez dices “sí” a todo, ignorando lo que realmente quieres.  

Tal vez esperas de otros una validación que tú mismo no te das.  

El verdadero abandono no viene de fuera, sino de dentro.  

Sanar no significa esperar que el mundo nos dé lo que necesitamos. Significa convertirnos en el adulto que hubiéramos querido tener cuando éramos niños.  

Significa aprender a escucharnos, a sostenernos, a darnos permiso para sentir sin juzgarnos.  

Así que, en lugar de preguntarte quién te ha fallado hoy, pregúntate:  

¿Cómo puedes dejar de fallarte a ti mismo?

Quizás la respuesta ya la tienes. Solo necesitas empezar a escucharla.

Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.