Nos han enseñado muchas cosas sobre el amor. Nos han dicho que es algo que recibimos, algo que el otro nos da si lo merecemos. Nos hemos hecho creer que cuando nos duele, es porque alguien nos ha herido, porque algo externo ha fallado. Pero, ¿y si te dijera que el amor no tiene nada que ver con lo que el otro hace o deja de hacer?
¿Y si el verdadero amor tiene más que ver con cómo elegimos mirar lo que nos sucede?
Cuando el ego toma el control, nos convertimos en jueces. Nos llenamos de reproches, de expectativas no cumplidas, de frases que justifican nuestro dolor:
– “No te importo lo suficiente”
– “Me hiciste daño”
– “No merezco esto”
– “Me rompiste el corazón”
Nos alejamos, nos enfriamos, creamos barreras. Pero la verdad es que lo que realmente duele no es lo que el otro hizo o dejó de hacer. Lo que duele es la herida que ya estaba dentro de nosotros antes de que alguien la tocara.
El amor no es lo que recibimos, es lo que somos.
Amar no es encontrar a alguien que llene nuestros vacíos. No es exigir que el otro actúe como queremos para sentirnos seguros.
Amar es ser capaz de mirarnos, de reconocernos, de asumir que lo que sentimos es nuestra responsabilidad.
Cuando una palabra, un gesto o una actitud del otro nos duele, tenemos dos opciones:
- El camino del ego: Culpar, reprochar, distanciarnos. Creer que el otro es responsable de nuestro dolor y exigir que cambie o nos vamos.
- El camino del amor: Detenernos. Observarnos. Preguntarnos ¿Qué parte de mí ha reaccionado? ¿Qué miedo, qué herida, qué inseguridad me ha despertado?
El amor no es una transacción en la que damos para recibir. No es algo que alguien más nos tiene que dar. Es algo que ya está en nosotros, esperando a que lo cultivemos.
Cuando el ego domina, el amor se esconde.
El ego nos dice que el amor debe cumplir nuestras expectativas. Que si no se comportan como queremos, es porque no nos aman.
Pero el amor real no está en el control, sino en la aceptación.
Nos han enseñado que, si duele, es culpa del otro. Que, si nos sentimos inseguros, es porque el otro no nos ha dado lo suficiente. Pero la verdad es otra:
Lo que duele no es lo que el otro hizo. Lo que duele es la herida interna que ese acto ha tocado, y muchas veces esta herida es tan grande que reaccionamos de manera desproporcional ante hechos leves, salimos corriendo tratando de protegernos, cuando si nos quedamos y cambiamos la forma de mirar nos encontramos con un aprendizaje inmenso y transformamos nuestro dolor.
Si nos sentimos abandonados, no es porque alguien nos haya dejado de querer. Es porque dentro de nosotros hay un miedo al abandono que llevamos arrastrando desde mucho antes.
Si sentimos celos, no es porque el otro nos esté faltando al respeto. Es porque hay una inseguridad dentro de nosotros que no hemos sanado.
Si nos llenamos de resentimiento, no es porque el otro nos haya fallado. Es porque esperábamos que llenara un vacío que solo nosotros podemos llenar.
La clave está en asumir la responsabilidad.
Cada vez que sentimos dolor en una relación, tenemos una oportunidad. Podemos elegir la reacción automática del ego o podemos hacer una pausa y preguntarnos:
¿Por qué me duele esto?
¿Qué parte de mí está reaccionando?
¿Cómo puedo ver esto desde el amor en lugar de verlo desde el resentimiento?
Tomar responsabilidad no significa justificar las acciones del otro. No significa permitir faltas de respeto ni ignorar lo que sentimos. Significa reconocer que nadie puede hacernos sentir de una forma u otro sin que dentro de nosotros ya existe la raíz de ese sentimiento.
La decisión es nuestra
Cuando el ego grita, el amor se esconde. Se esconde detrás de los reproches, detrás de las expectativas, detrás de la necesidad de control.
Pero el amor siempre está ahí, esperando a que bajemos el volumen del ego para poder verlo.
Si dejamos de buscar en el otro lo que solo nosotros podemos darnos, entonces todo cambia.
La próxima vez que sientas rabia, dolor o resentimiento, hazte la pregunta, ¿Estoy viendo esto desde el ego o desde el amor?
Porque la respuesta a esa pregunta puede cambiarlo todo.
Laura Cárcel.